El salvajismo de las fugas mentales, las ideas alborotadas, esas que son indomables y que escapan por los dedos, que a través de las huellas digitales son transferidas por osmosis al teclado y del teclado recorren circuitos en estampida. Luego vuelan por la ciudad en manada, la vuelven natural y la regresan a su salvajismo más humano.
sábado, 11 de diciembre de 2010
Remain
when you have nothing left to say,
when the last thing we need is words,
when your eyes haven’t closed,
when summer still warms,
when day does not break yet,
to get us out of bed.
When all doors and windows are shut,
they will be just eyelids hiding us,
and us, blind to the outside,
will remain with eyes and hearts open wide,
when nonsense feels the most sane,
that’s when we’ll remain.
lunes, 2 de agosto de 2010
La máquina del tiempo
quiero los ojos del futuro
que te miran desde mi corazón
quiero el tiempo de tu vida
quiero los ojos del pasado
que te miran desde mi imaginación
Quiero tus ojos del presente
que me miran en una continuidad divina
en un tiempo que no existe
y en todo ese tiempo
que logras atrapar en una mirada
Quiero ese momento
que una vez descubrí infinito
quiero ese día
que dura lo que dura un alma
porque te encuentro en el mundo
que cuelga de un universo
que cuelga de un hilo
que zurce tu tiempo
con el mío
miércoles, 7 de julio de 2010
Magnánimo
Si te viera caminando
al borde de la vida,
diría “éste sabe bien”.
Si te viera caminando
al borde de la muerte,
diría: “éste es lo que sabe,
sabe lo que siente
pero no siente lo que sabe”.
Si ayer te viera
junto a mi,
diría “yo me desnudo
porque siento la fuerza
que me jala hacia adentro”.
Y
hoy
sería distinto.
viernes, 18 de junio de 2010
Como cuando llega tu turno en el banco
Estoy sentada frente a mi computadora con un té al costado y pensando qué otra canción puedo escuchar a parte de la que estoy escuchando sin parar hace dos días. No se me ocurre nada, no pasa nada en Facebook. Pero el Facebook.... para otro día. Ahora, sentada aquí, bañada y cambiada, sin mucho que hacer aparentemente, se me ocurre ir a ver televisión. Mi televisión, la mejor manera de dejar de pensar, la mejor manera de relajarse y huir. Por lo menos para mí, lamentablemente.
Reconozco mi adicción a la televisión. No es ninguna sorpresa, lo soy desde que soy niña. Y eso que cuando niña (ocho, nueve), mi adicción era más fuerte. Sin embargo, cuando fui creciendo se volvió como un refugio, algo a lo que recurría, no solo por que necesitaba ver televisión, si no porque sentía que era el único lugar a donde podía ir. Si me sentía mal, la televisión era el alivio más inmediato. Me distraía y evitaba, hasta cierto grado, claro, que me ahogase en el ciclo infinito de la conciencia magullada. La mejor manera de huir y desaparecer. Y aun así no esté deprimida, la televisión siempre supuso un momento de “paz”, me puedo abstraer y pensar en cualquier otra cosa menos en mi vida, cosa que a veces cansa.
Por ejemplo ahora, siento que tengo demasiadas cosas por hacer, infinitas. Pero no me refiero a responsabilidades a corto plazo impuestas por algún profesor, padre o jefe. Hablo de ese tipo de cosas que uno siente adentro, impacientes por salir, que le dan puñetes a uno desde adentro “¡Hazme! ¡Hazme! ¡Soy esa foto que hace seis meses quieres tomar! ¡Tómame!”. Y como esa, miles de voces de miles de proyectos que ruegan por ser ejecutados. Navego por la web encontrándome con blogs y páginas, y fotoblogs y etcéterablogs, de gente que hace cosas increíbles, gente cuyo arte no hace más que inspirarme y emocionarme pensando en lo que yo haré. Las voces internas se exasperan, “¿Ves como él lo hace? ¿Por qué tú no me haces, ah? Soy ese cuento que espera ser escrito hace años… ¡Y no soy el único en la sala de espera!”. Debo tener más quejas en mi cerebro que las ventanillas de Indecopi.
Como seguidora activa del movimiento procrastinatorio, que ha logrado adquirir tantos adeptos en nuestra generación, cada vez que me encuentro en abrumantes situaciones como esta, elegiría ir a ver televisión y cerrar mi horario de atención. Drásticamente cerrar la ventanilla y cambiar el cartelito a “Cerrado”, prender la tele y ahh… paz. Pero esta vez no, esta vez decidí atender al siguiente. “Número 48983….” dije, unos ojos ilusionados como los del gatito de Schreck se alzaron entre las otras miles de ideas que sostenían su ticket con cara de aburrimiento e indignación. Miraban a la idea que acababa de ser llamada a que se acerque a la ventanilla con recelo. Se acercó casi con lágrimas en los ojos y dijo “¿Ya me vas a escribir? ¿Si…? ¿Me harás todo bonito, con fotos y todo?” “Sí, sí, te haré, te haré… pero, ¿tienes todos tus papeles en orden, no? ¿Ya estás preparado? ¿Listo?”, “¡Sí, sí, sí!”, respondió rebotando como el chavo y sonriendo ampliamente. “Bueno, entonces, en ese caso, Blog, se te ha otorgado el permiso de ejecución”, dije. Cogí un sello enorme y en letras rojas estampé “APROBADO” en los papeles de Blog.
jueves, 25 de marzo de 2010
Lámeme el cuento
cuéntame lo que no pasa
cuéntame lo que quieras
cuéntame lo que no quieras
cuéntamelo con la boca
cuéntamelo con la nariz
cuéntamelo con la espalda
cuéntame lo que ya sé
cuéntame lo que tú no
cuéntame lo que te gusta
cuéntame lo que no
quiero saber el cuento al contado
que cuenta de ti lo que nadie encuentra
cuéntame el cuento del que canta
y del que se queda callado
del que no eres tú
de la que no soy yo
o no digas nada
que yo te cuento lo mío
te lo cuento con la boca
te lo cuento con los dientes
te lo cuento con el cuello
te lo cuento pero no sé
te lo cuento y tú tampoco
te lamo el cuento
te beso el cuento
pero sí sé
y tú también
la oruga que avanza desesperada por llegar al otro lado de la vereda
la lluvia que cae cuando el sol quema todo lo que está debajo de él
la lluvia que cae y moja mis manos
la lluvia que tú te imaginas
te cuento una historia de hace treinta años
porque me contaste que esa era mi época
cuéntamelo todo al revés
para que yo lo entienda al derecho
fu man chu
cuenta un dos tres
cuento dos tres cuatro
cuento hasta donde llegan los números
cuento hasta donde existen las palabras
cuento hasta donde los números tienen nombre