la luna está en mi cara
ilumina todos los parpados
una estrella la espera a los lejos
canica enorme sobre mi cabeza
que me quita el sueño
me los roba como si fueran suyos
enorme y redonda
reina de la redundancia
reina a la distancia
invisible pero no perdida
te mira pero no te conoce
hermosa pero manchada
cubierta por un manto de nubes
nubes que no saben
qué es lo que un mortal moribundo observa
lejano observa y la hace suya
tan suya que no es de nadie
tan suya que la pinta de sus propios colores
tan suya que lo adormece
y lo arruya para que duerma tanquilo
tan suya que se hace él de ella
tan suya que se vuelve amarilla
déjala caer
que cae y cae
sin ceder ante la incorrompible gravedad
cae eternamente en espiral
cae a nuestro al rededor
cae pero nunca choca
ni con el piso ni con ningún alma
esas desvanecidas que solo la esperan
la ven caer sin saber
que nunca llegará
y que alumbrará hasta que se acaben
encima de sus cabezas
observándolos arruyándolos
como una madre enorme y ausente
una que se esonde
detrás de un edificio de sueños
de una vereda de verdades
sigue ahí y nosotros caminamos
bajo su brillante presencia
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